En breve comienzan las obras para cubrir el frontón municipal, me alegro por los pelotaris de nuestro club, y por lo que parece de simbólico a la hora de preservar la tradición de este juego. Cubrir es proteger, no sólo de las inclemencias del tiempo, también de los olvidos de la historia.

 

Los juegos de pelota se hunden en las raíces de la cultura. Ya los mayas, una civilización separada de la nuestra en el tiempo y el espacio, tenían un juego consistente en golpear una pelota con los codos, antebrazos, caderas, rodillas, muslos. Menos con las manos, que es lo normal, la golpeaban con todas las superficies del cuerpo. Lo hacían difícil. Pero era una dificultad que tenía su premio, porque no sólo debían devolver la pelota a campo contrario, también tratar de pasarla a través de un aro. Era lo difícil, lo que daba más puntos, y más les valía afinar la puntería, ya que muchos de esos juegos, de marcado carácter ritual, podían terminar con el sacrificio de los vencidos y sus cabezas pinchadas en una pica. Mejor que no hayamos seguido por ese camino.

 

En nuestra tierra, y conforme nosotros lo concebimos, el juego de pelota es una herencia greco-romana. Lo inventaron los griegos y lo trajeron los romanos a la península. Desde ese momento, ha sido una constante a lo largo de todas las épocas. En el juego primitivo, se jugaba a algo parecido a les llargues actuales, dos equipos en sus campos respectivos que tenían que devolver la pelota con la mano hasta provocar el fallo rival. Con la corona de Aragón, el juego, que era patrimonio del pueblo llano, se hizo tan popular que se aficionaron los nobles y hasta los reyes. Gustaba tanto en las clases altas que quisieron apropiárselo solo para ellos, y en el siglo XIV, se prohibió jugar a la pelota en las calles, sólo para el que se lo pudiera permitir, como hoy sucede con el golf, pero en este caso por una intromisión administrativa. Levantaba tales pasiones y se armaba tanto ruido, que los políticos de la época lo censuraron, bajo multas y sanciones económicas, y hasta con penas de cárcel.

 

En el Reino de Valencia, como nos suele suceder a nosotros con la ley, estas prohibiciones no tuvieron ningún efecto, y la construcción de trinquetes, instalaciones concebidas para tal uso, era ya una realidad en el siglo XVI, y práctica habitual del pueblo, que nunca dejó de concebirlo como suyo.

 

Esta pujanza del juego contra viento y marea, hizo que desde la mitad del siglo XIX hasta la mitad del XX, se entrara en lo que se conoce como la edad de oro de la pelota valenciana. Aquí se magnificó su importancia, los jugadores eran concebidos y tratados como héroes, se apostaban grandes sumas en las partidas, era un auténtico espectáculo de dinero y aglomeración. Lo que hoy puede ser el fútbol, era entonces la pelota, aunque claro, antes apenas había medios de comunicación, y eso cuenta.

 

Frontones Municipales de Quart de Poblet
Frontones Municipales de Quart de Poblet

 

Los abueletes con los que me cruzo cada domingo por la mañana en el frontón se quejan de que la pelota ya no es lo que era, les fastidia cuando no hay partidas programadas, ponen cara de no entender la desidia de público y jugadores.

 

Una frustración que comprendo, ya que, a partir de la mitad del siglo XX, se produce una regresión en la práctica del juego. La progresiva urbanización y presencia de coches en las ciudades dificultó lo que antes era una práctica tan habitual como callejera. La ciudad se volvió más compleja y cosmopolita, también más burocratizada, y eso cambió el uso del espacio urbano. La pilota se marginó hacia los pueblos, pero los nuevos avances, junto con el puño de la represión franquista, hizo que la burguesía valenciana, que antes lo había apoyado, ahora renegara de él. Todo eso tuvo su efecto directo en la construcción de los trinquetes.

 

También influyó en el declive la llegada de inmigración andaluza y castellana (entre la cual me cuento) que no tenía mucha sensibilidad hacia la pilota ni la concebían como un deporte propio. Todo fue actuando para que el juego menguara su importancia social. El fútbol y otros deportes modernos bien avalados por los medios de comunicación lo desbancaron de nuestra tierra como deporte para todos y acabaron ganando por goleada a la tradición autóctona. No sé si eso es bueno o es malo, porque creo que todos los deportes son buenos con independencia de su origen, lo importante es su práctica, pero hay algo sacro en el juego de pelota que merece la pena observar, también porque en los valores profundos de una cultura se encuentra parte de su sabiduría secreta, y la sabiduría (más si es secreta) es algo que a todos nos conviene para vivir.

 

La modernidad trajo el declive de la pelota, pero este es un deporte de personalidades, depende en parte del nacimiento de jugadores que por su carisma y ejemplaridad prendan la mecha de la expectación y lleven otra vez al público a los trinquetes. Realmente merecen la talla de héroes, no porque suene admirable decirlo, sino porque ellos solos, a través de su figura magnética, hacen resistir una tradición que estaba condenada a ser barrida del mapa por los nuevos vientos sociales.

 

Entre uno de estos jugadores estuvo el xiquet de Quart (1913-1966), un pelotari de nuestro pueblo que se convirtió en uno de los fenómenos de su época. Dominó los años 30 del pasado siglo, y parte de los 40. Fue un jugador profesional de escala y corda que hizo que la gente volviera a aplaudir con ganas. Por la foto se verá que era un tipo corpulento, así que lo de xiquet no iba por ahí, sino porque es así como suelen apodar a los jugadores, con el nombre de xiquet, y el apellido de su pueblo de origen. Arnal Navarro, con una presencia imponente, explosivo, pero no falto de agilidad, pegaba tales

guantazos a la pelota que casi lo hacían jugar maniatado ya que en los trinquetes no encontraban rivales para él. Casi dos décadas estuvo al mando absoluto del juego, hasta que apareció el Juliet de Alginet, que fue su sucesor. Después de su retirada, y de la muerte prematura de un hijo, Arnal cayó por el mal camino y nunca se recuperó de la tristeza que acabó matándolo.

 

El Xiquet de Quart en uno de sus derechazos.
El Xiquet de Quart en uno de sus derechazos.

 

Posiblemente fue a partir de este jugador, de esa gloria pasada, que Quart haya sido una localidad muy vinculada a la pelota y que trata a este deporte con muchísimo respeto.

 

No es el único jugador brillante que ha surgido de aquí. Más cercanamente en el tiempo, otro pelotari de nuestro pueblo se convirtió en una figura destacada y uno de los mejores jugadores de la época moderna. Antonio Nuñez Celda (1969-2013), uno de los jugadores más completos de la historia, según cuentan los diarios. Con una técnica depurada “zurdo con un dau de carxot demoledor, y muy buena mano derecha”. Los mejores jugadores decían de él que era el rival más duro. Fue un gran manomanista, y en 2001 llegó a una final, que perdió contra Álvaro, otro de los monstruos, su oportunidad perdida. Pero todavía brilló más por equipos, en los que sí llegó a lo más alto, lo que habla de algún modo de su polivalencia y capacidad de adaptación al juego. Todo un carrerón en los trinquetes profesionales en los que permaneció en primera línea durante casi dos décadas.

 

Quizá fue víctima de su propia gloria, o víctima social de lo que sucede con muchos jugadores profesionales una vez se jubilan a los cuarenta y pocos, que se pasa de la fama, el dinero, y la diversión que les ha producido el juego, al a veces inhóspito mundo civil, un tobogán descendente para el que no todos están preparados. Conozco a su padre Abel, y me consterna la historia porque la he oído de su propia boca. No supo adaptarse o no quiso seguir, imposible entrar en la mente de otra persona. Por lo que cuentan era una persona reservada, le costaba encajar, seguro que eso tampoco ayudó. Uno de los lutos más grandes de nuestro deporte municipal.

 

Antonio Nuñez Celda en uno de los circuitos Bancaixa.
Antonio Nuñez Celda en uno de los circuitos Bancaixa.